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La industria de la moda tiene que crear soluciones creativas para las nuevas necesidades del individuo y adaptarse al espíritu de los tiempos sin perder su gusto estético que hace parte de ese carácter seductor que la enaltece.

Por Pilar Luna

En unos cuantos meses la vida se nos volvió un tapabocas. Nuestra relación con la indumentaria se tornó en una enorme cartilla con una gran cantidad de reglas que tienen que ver más con el aislamiento social, que con relacionarse. Si hace algunos meses nos “producíamos” para ciertas circunstancias de la vida, como eventos sociales, citas de trabajo, encuentros amorosos y, en términos generales, para socializar; hoy debemos pensar que nos tenemos que vestir para estar más lejos de los otros, para no tocarnos. Para no tener contacto con otras personas. Para protegernos mientras tratamos de volver a esa “discreta normalidad” que este encierro ya nos pide a gritos.

Pero, aunque esto parezca nuevo, lo cierto es que la moda ha pasado por muchos momentos en los que ha tenido que cambiar su significado y su razón de ser. Sin duda, cuando descubrimos su historia también nos encontramos narrando la historia de la civilización porque las vestimentas enmarcan todos esos elementos que reflejan lo que piensan las diferentes sociedades y los momentos históricos por los que han atravesado. Las grandes revoluciones, las intensas depresiones económicas, los cambios de mentalidad en las culturas, las liberaciones, las restricciones, los comportamientos sociales de cada época, se pueden deducir cuando se investiga profundamente las diferentes maneras de vestirse. Cuando se mira a fondo las formas de asumir la indumentaria en cada momento, lugar y contexto.

La moda, sin duda, es comunicación y cuando la definimos de esa manera tiene que ver exactamente con lo que somos ahora y con lo que nos está pasando en este momento histórico. Tiene que ver con salir a enfrentar el mundo con un “uniforme” que nos defina quienes somos, pero también que nos proteja de ciertas cosas a las que, paradójicamente, les tenemos miedo o por lo menos respeto. Un atuendo que se convierta en una armadura contra un enemigo que no conocemos a fondo.

Y eso no es nuevo. Muchas veces nos hemos vestido para decirle al mundo lo que somos, pero otras veces nos hemos cubierto para que nadie descubra eso que somos. La manera como nos proyectemos con el vestuario tiene mucho que ver con la forma en que nos relacionamos. ¡Y ahora nos están diciendo que tenemos que entablar relaciones a distancia donde las personas con la que interactuamos (y que son cercanas a nosotros) pueden ser nuestros propios verdugos, sin saberlo! Pueden ser aquellos que nos contagien de un virus que es el enemigo público número uno, pero que no podemos ver para enfrentarlo con toda nuestra artillería.

Adorno y creatividad

Entonces llegó el momento de seguir protegiéndonos, pero distinto. Llegó el momento de recurrir a la moda, con sus siluetas, sus texturas, sus funcionalidades, su utilitarismo, su tecnología, su alegría, su seriedad, pero también con su sutil forma de disfrazar, y encontrar el camino que más se adapte a nuestras necesidades. La industria está generando una cantidad de soluciones para que el aislamiento se convierta en algo mucho más agradable y llevadero y es ahí cuando entendemos la razón de ser de la vestimenta en su explicación más pura. Es cuando logramos acercarnos a una de las finalidades básicas del vestirse.

Pero, sin duda, también hay que adornar. El ser humano está programado para que le guste la belleza, la estética, para engallarse y ponerse ciertas cosas que lo hacen sentir único y diferente. Desde tiempos antiguos el hombre se ha adornado por diferentes manifestaciones y simbolismos que van desde hacer notar una jerarquía, una clase, una religión, un estatus, una cultura, hasta buscar demostrar un estilo de vida que, incluso, puede ser solo una máscara. Es la forma de tener su propia puesta en escena para entender que a través de la vestimenta se puede jugar y reflejar eso que nos gusta ser o que queremos ser.

Entonces le llegó el turno a la industria de ser muy creativa con el tema de la protección. Las grandes ideas han surgido de estos cambios drásticos de la humanidad y en moda los grandes pasos que se han dado han sido cuando se le apuesta a generar algo realmente diferente a lo ya existente. Es la famosa dualidad de la moda: ir a la vanguardia en su propuesta para terminar uniformando…  Esa creatividad que debe venir inoculada en cada diseñador tiene que salir a flote y buscar la mejor manera de resolver las necesidades de la vida aislada de hoy, pero sin perder toda esa riqueza estética que históricamente ha desplegado el ser humano. Y no es una manera de frivolizar la utilidad del atuendo, sino una forma de enaltecerlo.

Varias marcas de lujo han sacado su versión de la ropa de protección.

Es cierto que nos toca vivir con tapabocas un buen rato, con ropa que nos cubra mucho, con accesorios que nos protejan bien, con “arsenales” que nos den seguridad para salir al campo de batalla, pero solo la industria de la moda (junto con la tecnología) pueden solucionar esto conscientemente, sin que eso implique perder la individualidad que nos da el hecho de vestirnos como nos gusta y cómo nos sentimos bien. El espíritu de este tiempo pide a gritos que cambiemos y reflejemos las nuevas prioridades. Que seamos responsables y que logremos encontrar el camino para reivindicarnos con el planeta y con la sociedad. Y la moda no se puede quedar atrás…

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