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La caleña inauguró Colombiamoda 2019, en la celebración de sus 30 años, con un desfile en el que se vivieron varios momentos.

Por Pilar Luna

Fotos: Cámara Lúcida / Cortesia Colombiamoda

 

Johanna Ortiz regresó a Medellín. Volvió al lugar donde empezó su internacionalización. Abrió la feria en la que celebran los 30 años de esta cita anual y lo hizo en un lugar especial, el Palacio de la Cultura, la antigua Gobernación de Antioquia, un edificio icónico ubicado en pleno centro de la ciudad.

Todos estos ingredientes sumaron mucho para que la noche de Johanna fuera realmente mágica. Volver a un escenario como Colombiamoda de la manera que lo hizo la caleña es realmente muy significativo porque es entender que, después de tanto recorrido, la moda nacional ya cuenta con este tipo de empresas que hablan de una Colombia mucho más enfocada en el mercado internacional y tal vez menos folclórica.

Y con eso no estoy diciendo que no sea importante que sigamos siendo muy auténticos en el trabajo creativo, pero sí hay que entender que no solo hay que tener todo este talento para diseñar, sino también los pies bien puestos en la tierra para construir una marca bien posicionada y un negocio rentable. Johanna es modelo de todo esto, así que celebrar los 30 años de la cita de moda más importante del país con una pasarela con la colombiana más destacada en este momento en el mundo de la moda, es el maridaje ideal.

La colección que presentó tiene todos los elementos para celebrar como se debe. En Caprice, su propuesta Resort 2020, que presentó en Nueva York un par de meses atrás, la caleña se pasea por varios referentes estéticos que se unen en una flor que para Johanna tiene los mismos elementos que su mujer. La flora del borrachero que es bella, exótica, sensual, pero también un poco peligrosa y muy seductora.

Los famosos boleros que hacen parte del ADN de la diseñadora estuvieron presentes, pero de una manera mucho más sutil y realmente su énfasis fue más en las grandes mangas o en las enormes flores que por momentos daban la sensación de querer salirse del traje para caminar por su cuenta.

Johanna Ortiz jugó con varias siluetas en sus prendas e incursionó en unas un poco más arriesgadas como las enormes colas que ya veo caminar por las alfombras rojas del mundo. Con algunos referentes de otras décadas que hablan de una colección un poco nostálgica en algunos momentos, la propuesta fue enriquecida con varios detalles en sus texturas que se pasearon entre las sedas y los algodones, con varios momentos donde los bordados fueron muy protagonistas.

Su carta de color también fue sorprendente porque se fue por tonos un poco más otoñales. Sin embargo, su gran manejo de estampados y gran variedad de tonalidades la pone a otro nivel. La cereza del pastel fueron unas enormes botas, con un toque texano, algo un tanto disruptivo para el estilo que nos tiene acostumbrado la caleña.

 

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