CÓDIGO MALVA estuvo visitando la empresa de la caleña para conocer cómo es su mundo y por qué está en las grandes ligas de la moda. La diseñadora es la encargada de abrir #Colombiamoda19
Por Pilar Luna
Fotos: Cortesía Colombiamoda
Entrar a la empresa de Johanna Ortiz en Cali permite entender en toda su magnitud por qué ella hoy hace parte del exclusivo círculo de marcas de lujo que se están abriendo un camino importante en la moda mundial. No es exagerado decir que la caleña ya está en ese circuito y que se codea con los grandes nombres del diseño hasta el punto de que sus prendas pasean por las alfombras rojas más importantes, las galas más prestigiosas y los eventos de celebridades más sofisticados del planeta.
Conozco a Johanna desde que arrancó en estas lides y he visto su evolución como diseñadora, pero también como empresaria. Regresar al lugar donde empezó todo y ver que el pequeño taller donde hace apenas unos años tenía sólo un par de costureras es ahora un verdadero emporio, organizado minuciosamente para que todo fluya a la perfección, no sólo me llena de felicidad por el ser humano que es ella, sino también porque se entiende a cabalidad la magnitud de lo que la diseñadora ha construido y lo que le representa para la moda colombiana.
Definitivamente, Johanna Ortiz es mucho más que boleros. Es una verdadera empresaria de moda que se puede equiparar con los grandes nombres del diseño mundial. Recorrer su fábrica es entender que lo que ha conquistado no es casual. Lo primero que hay que decir es que cuenta con un equipo interdisciplinario que atiende rigurosamente cada uno de los momentos creativos y de producción que involucra cada colección que hace. Su empresa está exportando 90 % de lo que produce y por eso montó buena parte de su fábrica en la zona franca de Cali. “Era natural como parte del desarrollo del negocio que recibiéramos allí los insumos que traemos de muchas partes para luego exportar el producto terminado”, dice Johanna Ortiz, quien a raíz de su participación en Colombiamoda abrió las puertas de su fábrica a un grupo de periodistas para que conociéramos a fondo su caso, consciente de que puede ser ejemplo para muchos emprendedores que sueñan con conquistar el mundo.
La empresa cuenta con más de 250 trabajadores en la zona franca, ubicada muy cerca al aeropuerto de Cali. Allí llegan los insumos, se produce, se exporta y toda la logística. En la sede principal trabajan otras 80 personas y es donde se hacen los prototipos, algunas colecciones especiales y toda la parte creativa, financiera, administrativa y de mercadeo. La marca Johanna Ortiz ya tiene más de 90 puertas abiertas en el mundo (lugares donde se vende su ropa) repartidas en cerca de 30 países y la creadora está hoy en la lista de las 500 diseñadora más influyentes del mundo de la moda, según el The Business of Fashion (BoF), la plataforma de análisis de mercado de moda más importante del mundo.
Por otro lado, Johanna Ortiz ya es un referente no solo en Colombia, sino en toda Latinoamérica donde muchos diseñadores quieren ser como ella. Su estilo, el famoso Tropical Chic, ya es emulado por varias marcas y se puede decir que la caleña ha impuesto tendencias como la de los outshoulders, los boleros y algunos prints que ya tiene patentados. “No es que yo me haya inventado estas siluetas, sino que las reinterpreté y los puse de moda”, dice con la misma sencillez de sus inicios cuando su nombre apenas despuntaba en el panorama nacional.
Y debo rematar diciendo que lo más difícil en este competido mercado de la moda es encontrar un estilo y convertirse en referente y, sin duda, Johanna lo ha logrado. Cuando las grandes cadenas de fast fashion copian la propuesta de un creador se puede decir que algo se está haciendo bien. Estas son las grandes paradojas de esta industria.
¿Cómo se ha dado todo este boom de Johanna Ortiz?
Todo ha sido muy rápido. En 2014 después de mi desfile en Colombiamoda empezaron a pasar muchas cosas. Me llamaron los de Moda Operandi y me dijeron que si podía ir a Nueva York a mostrar mi colección; yo al principio como que no capté bien y les dije que tenía viaje planeado para diciembre. Después caí en cuenta y logré organizar con ellos para que me atendieran. Viajé con la colección, que por cierto se había vendido casi toda en el backstage del desfile, me tocó pedirles a varias de mis clientas que me prestaran lo que habían comprado para poder completarla. Fue una maratón para poder llegar a la cita a tiempo y tener el producto para mostrar.
¿Y eso fue lo que hizo que su carrera internacional se disparara?
Sí, ese desfile fue un cambio muy importante en mi carrera. Y fue algo muy bonito porque no sé si te acuerdas de una pasarela en Cali que tuve que cancelar por lluvia. Yo lloré mucho cuando pasó eso y mi papá estaba muy conmovido. Cuando me llamó Carlos Eduardo Botero para invitarme a presentarme en Medellín se me revolvieron muchos sentimientos porque mi papá acababa de fallecer y ya no pudo estar en esa pasarela. Fue muy fuerte todo para mí.
¿Cómo funciona actualmente la parte creativa de su marca? ¿Tiene equipo de diseño?
Tenemos unos diseñadores gráficos que son fantásticos y me ayudan a hacer los estampados. Son dos ilustradores. Tengo a María Isabel Guzmán que está haciendo un curso de telares de tres meses en Japón, ella es la que se encarga más de la parte textil. Tenemos a Gabriela, una venezolana encargada de que el dibujo se haga en el laboratorio. Entre todos somos creativos, pero igual no tengo más diseñadores trabajando conmigo.
¿Usted sigue haciendo todas las colecciones?
Sí, aunque cuando nos reunimos todas las mañanas en la oficina, todo el equipo aporta algo. Incluso, los patronistas muchas veces llegan y me dicen que tienen ideas para solucionar temas con las prendas; en un gran equipo de trabajo, pero yo sigo diseñando. Espero algún día tener otros diseñadores porque me imagino que así es como trabajan las grandes casas de moda, pero todavía no lo he soltado. Disfruto y aprendo con los comités de mercadeo y de ventas, pero lo que me mueve cuando me levanto todos los días en las mañanas, es pensar en diseñar. Me fascina venir acá a pintar y a crear.
¿Cómo es el proceso de producción de una prenda Johanna Ortiz?
Primero diseñamos los estampados y escogemos todas las telas. Casi todo la hacemos afuera: en Francia los jacquares; en Italia las sedas; en Portugal los algodones y en India los bordados. El denim y varias de las telas para los forros son hechas en Colombia. Trato de escoger todo personalmente porque me gusta tocar y experimentar con diferentes tipos de texturas. Después elaboramos prototipos y ahí es cuando se sacan todos los costos a cada prenda. Eso es lo que me mata la creatividad (risas).
¿Cómo funciona esa parte textil en un mercado de lujo como el que usted está?
Buscamos que nuestra materia prima cada vez sea más avanzada, sofisticada y nos gusta mucho explorar todos los desarrollos textiles del mercado. Hay que buscar mil alternativas y para eso tenemos un equipo de investigación que trae muchas sugerencias, pero al final yo escojo. Tengo que sentir y tocar para entender bien el comportamiento de cada material. El movimiento de la ropa de Johanna Ortiz tiene algo muy especial, pero también estamos mirando siempre que seamos amigables con el planeta.
¿Y donde hacen la estampación?
Desafortunadamente no hemos logrado hacerla en Colombia. Busco que los colores sean exactamente los que se escogen del Pantone® y aquí no lo hemos conseguido. Los hacemos en Italia, Holanda y Francia. Eso es fundamental para el mercado de lujo en el que estamos y también es lo que nos diferencia.
¿Cree que se ha vuelto un poco inalcanzable para el mercado colombiano?
Yo tengo claro que nunca voy a abandonar el lugar de donde soy. Cerca del 14 % de lo que producimos se vende en Colombia, pero tenemos varios tipos de mercado. Hay vestidos que tienen 350 operaciones en cortes, plisados, y en los terminados, que duran tres o cuatro días haciéndolos y obviamente la mano de obra es muy elaborada. Son vestidos únicos y hay gente que paga por eso. Pero a medida que la firma va evolucionando y consolidándose no solamente como una marca de ocasión de este tipo de vestidos, sino como algo mucho más universal, empezamos a ver cosas más básicas o más de diario que tienen unos niveles de precio diferentes y que no nos podemos salir de ahí para ser competitivos.
¿Cómo es su colección en Colombiamoda?
Por lo general yo pongo muchos ingredientes en mis colecciones. Casi siempre me acompaña un artista, en este caso me inspiré en dos: el pintor Ellsworth Kelly y el gráfico Saúl Bazz, que hizo afiches y carátulas de películas como West Side Story. Tengo la flor del borrachero que es muy linda, es la mujer de la colección y se llama Caprise. Las mujeres podemos cautivar y ser muy lindas, pero también ser un poco preligrosas. Esta es una mujer que tiene todo el contexto de lo que es Johanna Ortiz: femenina, festiva, elegante, pero con un poquito más de rebeldía. Es una mujer libre que reemplaza el maquillaje por las flores.
Es especial porque jugué con siluetas nuevas. Tiene un ingrediente muy colombiano, esta vez fueron las vajillas de barro de la Chamba, que son únicas y tengo una fascinación especial por ellas. Las interpretamos gráficamente con el equipo.