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Después de diez años como docente de diseño, Ana Esther García Molina decidió poner en práctica todos los conceptos que había enseñado a sus alumnos sobre cómo construir una marca de moda con alma y lanzó Esther, una propuesta inspirada en su propio ADN.

Por Juliana Villegas Arias, editora y periodista de moda

 

Ana Esther García Molina nació en Salamina, Caldas, y durante diez años estuvo dedicada a la docencia universitaria; fue profesora de la Colegiatura Colombiana de Diseño y de la Institución Universitaria Salazar y Herrera, en Medellín, y actualmente dicta Taller de Diseño VI en la Universidad Autónoma de Manizales.

 

Luego de un complejo 2018, la diseñadora textil y de moda, quien también es comunicadora social y periodista, decidió darle un giro a su vida laboral. “Empecé a preguntarme qué tan real era el conocimiento que compartía con los estudiantes. Por eso me empeñé en hacer los mismos ejercicios de diseño que les ponía a ellos e inicié mi propio proceso creativo”.

Como en los últimos seis años había enseñado sobre cómo construir una marca de moda con alma, siguió los mismos pasos de sus alumnos. Pero ¿cómo podía darle vida a un sello con un ADN original, teniendo en cuenta los millones de ofertas existentes en el mercado? “En mi reflexión respondí: no hay otra forma de hacerlo que no sea con algo propio, esencial; poner mi alma y naturaleza en este proyecto”.

 

Fue así que se propuso contar su origen. Y en el proceso regresó a su pueblo natal, Salamina, que también había sido el lugar de nacimiento de su mamá, su abuela, su bisabuela y su tatarabuela; tenía todo un legado femenino que explorar.

 

El origen de Esther

Su abuela Esther fue su mamá de crianza. Como su intención era crear una marca honesta, que hablara de ella, la bautizó en su honor y en el de su propio nombre, que es la combinación de los de su abuela paterna (Ana) y materna (Esther). “Siempre me han reconocido por mi segundo nombre, más que por el primero o la mezcla de los dos, pero me molestaba mucho cómo sonaba cuando era niña; se me hacía muy adulto y anticuado… me quedaba grandísimo. Con los años aprendí a quererlo y apreciarlo, y eso coincidió con el momento en que abracé mi autoestima y mi amor propio. Dejó de incomodarme y parecerme extraño”.

 

El nombre de Esther, de origen hebreo, significa “estrella”. “Una estrella brilla con luz propia, está en las alturas, pero ilumina a los demás y es para todo el mundo; su fortaleza está en su propio fuego interno”. Así nació Esther Clothing, una marca que según la diseñadora, rescata la fuerza y valentía de las mujeres de su familia. “Esther es una historia de empoderamiento, de amor propio, de quererse, de aceptar el fuego interno que tenemos las mujeres”.

¿Qué hay detrás de Salamina?

Ana Esther, quien ve en su historia personal y en la de sus antepasados un gran caudal de inspiración, es máster en crítica y comunicación del arte de la Universidad de Girona (España) y realizó una maestría en estética y filosofía del arte en la Universidad de Caldas. Por eso en su primer ejercicio de diseño (no lo llama colección), bautizado Salamina, hace acopio de sus conocimientos sobre diseño y arte, así como de su legado femenino.

En su propuesta evoca los espacios arquitectónicos de las casonas de este pintoresco pueblo caldense, las imágenes pictóricas con las que relaciona a las mujeres de su familia (en especial su abuela), y los colores y texturas que estas fuentes le brindaron.     “No quería hacer una reintrepretación del vestuario campesino ni de una época concreta. Quería un direccionamiento estético general que evocara los corredores y la arquitectura de Salamina y unas imágenes que aludieran a una memoria pictórica. Las prendas obedecen a esta atmósfera”.

 

En su indagación encontró que las pinturas del Romanticismo le recreaban orgánicamente recuerdos de su mamá, abuela y bisabuela en La ‘ciudad luz’ de Caldas. “Las escenas cotidianas de mujeres al interior de estas casonas con jardines y patios internos, con todos estos muebles que hablan del lugar y de la historia de sus protagonistas; mujeres empoderadas de sus espacios. De ahí, de esos cuadros, de esa búsqueda, saqué muchos de los desarrollos de mis prendas, como por ejemplo las mangas XL, buena parte de los estampados y la colorimetría”.

 

De ahí partieron también ciertas tipologías de prendas, sobre todo las terceras piezas, como chaquetas y kimonos, al igual que las faldas y los vestidos. “Me interesaba que fueran piezas que se pudieran ajustar al cuerpo a través de amarres y resortes, para ser llevadas por mujeres de diferentes tallas y cuerpos. Son prendas holgadas, amplias, elaboradas en textiles naturales (paños, algodones, linos)”.

La paleta de color está dividida en tres historias: por un lado, los neutros y los tierra; por el otro, el negro, el azul y los verdes, y, finalmente, el rojo y el magenta. En total desarrolló 70 prendas. “Mi modo de producción es moda lenta, de ediciones limitadas. No hago piezas en serie y solo se replican algunas sobre pedido. Quiero que mis clientas sientan que tienen productos asequibles, pero exclusivos, que cada prenda cuenta una historia y que no responde únicamente a una tendencia”.

 

En el proceso de creación, Ana Esther privilegia el talento local (su marca está establecida en Manizales), así que trabaja con zapateros, joyeros y confeccionistas de la capital caldense. “Me he encontrado un grupo de trabajo maravilloso al que he querido reconocer con un pago justo y con el respeto por su calidad de vida”. Próximamente lanzará su segundo ejercicio de diseño, Éclectique, que será presentado en exclusiva en su showroom de Manizales, “un espacio en donde me interesa que las clientas vengan, se prueben la ropa y sientan la tranquilidad de que acá les podemos customizar o construir la prenda que siempre han soñado”.

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