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En su expresión más kitsch, la colección que Tom Ford presentó en el New York Fashion Week, es un guiño a la década del ochenta y exalta una época que nunca morirá para la moda.

 

Por Pilar Luna

 

 

Tom Ford siempre será Tom Ford. Una colección suya nunca será aburrida y eso lo confirmó durante la versión más reciente del New York Fashion Week. Con lo que hizo, sacó a esta de la predecible propuesta de moda en la que ha caído últimamente y la revolcó con una colección que dio mucho de qué hablar.

El diseñador texano le dio al público millennial, al que todos le apuntan ahora, una sobredosis de una época que no conocieron con una gran lección de cortes, texturas, colores y siluetas. Fue su forma de explicarles el motivo por el cual los años ochenta han cautivado tanto la moda, con su exótico misterio y su gran complejidad.

 

 

Ford recreó esta década, en su versión más cursi, y consiguió un inusual glamur que el famoso bling bling de entonces nunca tuvo. Una expresión real de cómo los años ochenta son parte fundamental de varios de los momentos más importantes de la historia de la moda, recuperados en un momento en que pocos temas cautivan y pocas propuestas se ven diferentes.

 

Y en eso radica su maestría: en presentar una colección inspirada en una época repetida varias veces y llevarla a su máxima expresión, sin ese halo romántico y nostálgico de otras propuestas retro. La de Ford es original, divertida y llena de elementos modernos.

 

 

Sudaderas, leggings, lentejuelas, lamé, animal print, pedrería, fueron parte de su show que también festejó algunas siluetas de los años sesenta, como el esmoquin femenino y los vestidos con vuelo.

 

El creador regresó a esta pasarela después de un año de ausencia por sus compromisos con el séptimo arte y lo hizo con mucha fuerza para que su público entendiera que sigue más vivo que nunca en la moda y que Tom Ford es, definitivamente, Tom Ford.

 

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