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Con una colección llena de los emblemas de su firma, Carolina Herrera se despidió de las pasarelas en la semana de la moda de Nueva York.
Por: Pilar Bolívar

 

Así como las flores que en 1986 embellecieron el traje de boda de Caroline Kennedy –y que un año más tarde hicieron que floreciera su línea bridal–, ese mismo motivo brilló en el desfile de despedida de Carolina Herrera de la dirección artística de su sello CH.

Una pasarela tapizada de la herencia de la venezolana que pasará al cargo de Embajadora Global y dejará su legado en manos de quien ha trabajado sus últimas colecciones, silenciosamente: Wes Gordon.

 

Desde la elección del sitio del desfile, el MoMA, reflejó el mensaje de la diseñadora por mantener la esencia artística de la casa que ella hilvanó durante 37 años y por la que, en 2012, realizó un Doctorado en Bellas Artes en el Fashion Institute of Technology de Nueva York, la ciudad que la acogió, a ella y a sus creaciones sencillamente poderosas.

 

Los primeros estilismos fueron una declaración de su A.D.N. sencillo, elegante y bicolor mediante su dupla infalible: la blusa blanca y la falda o el pantalón negro. A continuación, una especie de flashblack al brillo sutil y a los volúmenes mesurados de los diseños que le abrieron las puertas de la compleja industria neoyorkina en 1981 cuando dio el primer paso en la industria del glamur con el aliento de la mismísima Diana Vreeland en el Metropolitan Club. Los estampados felinos en positivo y negativo o en acabado brillante sobre un fondo opaco del mismo tono reiteraron el concepto de elegancia sin esfuerzo (pero sin ser aburrido) de Herrera.

 

Los colores vivos, como amarillo, turquesa, rojo y magenta pisaron fuerte en diseños de pliegues escondidos estratégicamente para darles vida por medio del movimiento y la fluidez a las líneas geométricas de los vestidos en los que el Art Déco reforzó la bandera de la sofisticación atemporal que, por más de tres décadas, izó la diseñadora en sus prendas y en su línea de fragancias y que le dio la fama de una de las mujeres mejor vestidas de la escena neoyorkina.

 

Los lunares también estuvieron presentes de una forma discreta sobre texturas veladas y más protagónicamente en grandes bordados sobre una capa con cierto sabor español como un guiño a una de las mujeres seguras, poderosas y sofisticadas de Hererra, la Reina Letizia, una de sus musas durante los últimos años.

 

Finalmente, la dupla insigne de blusa blanca remangada y falda con vuelo cerró el desfile; no obstante, las prendas inferiores se llenaron de color y brillo y los cinturones anchos se robaron las miradas, este broche final fue un mensaje directo al sucesor: seducir a las nuevas generaciones sin rendirse al dictamen de su tendencia de turno. Así es la sofisticación elegante de Carolina Herrera en la que los clásicos nunca saldrán del armario.

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